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  • Foto del escritorJuanpablo Barrantes

Cuál es la historia que te cuentas?



El tener un propósito de vida nos mantiene en marcha aún cuando la realidad a veces nos dice "renuncia”. Muy a menudo, nuestras historias son más fuertes que nosotros y, si son significativas, pueden ayudarnos a superar los momentos difíciles.


Durante el Holocausto, Viktor Frankl sobrevivió a Auschwitz.  A pesar de todos los horrores vividos en el campo de concentración, él decidió no fumar “el último cigarrillo” ni corrió hacia la cerca eléctrica (esta práctica representó la única y desesperada salida de muchos judíos que optaron por el suicidio antes que continuar sufriendo de hambre y torturas en Auschwitz). Por el contrario, Frankl logró salir vivo de Auschwitz, vivió hasta la avanzada edad de noventa y dos años.  Fundó un nuevo sistema de psicología que se extendió por todo el mundo.  Compartió la historia que lo mantuvo con vida -en su famoso libro “El hombre en busca de sentido”, y se convirtió en una historia que también mantiene a otras personas en marcha.


Mientras caminamos por la vida, no podemos evitar contarnos historias.  Pero, ¿qué historia te estás contando a ti mismo?  ¿Es una historia que te llevará a donde quieres ir?


— Tomado, traducido y adaptado del libro “BARKING UP THE WRONG TREE” de Eric Barker.




Perdido por dos semanas en la montaña.


Corría el año 2001 en San José de la Montaña, Costa Rica. Como su nombre lo indica, una zona montañosa muy extensa al norte de la capital costarricense, con pueblos y caseríos en las faltas de esta cordillera y a unos dos mil quinientos metros de altura, un fin de semana como cualquiera que transcurre en la época lluviosa durante el mes de Octubre. La familia Paniagua se preparó en el fin de semana para una tarde de picnic en una de las faldas de la montaña con sus dos hijos, Sebastian y Mateo, de 7 y 12 años respectivamente. Ambos niños muy inquietos como es normal de su edad, y Mateo con la particularidad de tener condición de autismo, requería mucha atención y cuidados más allá de lo que un niño de su edad puede requerir de parte de sus padres.

Aún así, se puede decir que Mateo, dentro de su condición de autismo, es un niño pleno gracias a la atención esmerada de sus padres, porque dentro de toda la vulnerabilidad que tiene el niño con su comportamiento radicalmente diferente al de otros niños de su edad, ellos han sabido sacar todo el potencial de Mateo en lo que el niño es un verdadero prodigio. Desde los cuatro años de edad Mateo aprendió a leer y escribir, siempre mostró interés hacia los libros y las letras, lo más curioso es que Mateo realmente disfrutaba esto como cuando un niño juega y se divierte, él hacía su rutina literaria todo un juego donde pasaba horas y horas, a tal punto que desde esa temprana edad ya leía entre 15 y 20 libros al año. Luego empezó a escribir, y a sus 10 años ya tenía material suficiente para publicar un libro sobre historias de aventuras y ciencia ficción. Su curiosidad combinada con su mundo interior lo sumergían en solitario con sus libros y un cuaderno o tablet para escribir sus pensamientos. En una ocasión su madre lo escuchó balbuceando algo que no podía entender, luego de hacerle varias preguntas y haciendo un verdadero esfuerzo por entender qué sucedía con Mateo y su balbuceo, se acercó a ver su cuaderno y entendió finalmente que el niño había inventado algo así como un lenguaje o dialecto que sólo él entendía, pero que de alguna u otra forma había plasmado en su cuaderno de turno (llegaba a gastar unos 3 a 4 cuadernos al año).


Inicia la pesadilla de casi dos semanas.


Durante el picnic los Paniagua coincidieron con varias familias, lo cual propició que niños y adultos hicieran grupos de juego y reunión a lo ancho de una amplia zona verde y colindante con una espesa zona boscosa. Era una tarde soleada de domingo, en el momento que la carne asada  estuvo en su punto, el cielo se obscureció y de inmediato comenzó una copiosa lluvia  que obligó a todos a recoger casi sin tiempo lo que se pudo mientras todos los niños excepto uno corrieron a sus respectivos padres. Al cabo de un par de horas de intensa lluvia, sus padres seguían desesperados buscando a Mateo en los alrededores del espeso bosque junto con muchos de sus amigos de esa tarde de picnic.

Ese trágico domingo finalizó con la promesa de que a primera hora rescatistas de montaña y la cruz roja peinarían la zona en la madrugada de lunes. Y así fue. Y así continuó por los siguientes siete días sin éxito alguno sobre el rastro y mucho menos el paradero de Mateo. La búsqueda se convirtió en noticia nacional, hasta el punto donde ya se hacía muy complejo el continuarla de parte de las autoridades, sus padres persistieron con la ayuda de vaquianos de la zona y con el

apoyo de familiares y amigos. Pero al cabo de diez días llegó la desesperanza de pensar en lo peor, en otras palabras, de aferrarse al hecho de que Mateo literalmente se lo comió la montaña.  A pesar de toda esta frustración y en contra de todas las posibilidades, un viernes al caer la tarde y luego de doce días perdido en la montaña, Mateo finalmente logró llegar a un pequeño caserío ubicado en medio de un espeso bosque y a unos 22 kilómetros al noroeste del lugar donde inició esta pesadilla aquella tarde lluviosa de domingo.


El milagro finalmente ocurrió.


Esa tarde de fin de semana en la que, por sus propios medios Mateo logró salir de las entrañas de la montaña, un anciano agricultor fue quien vio a lo lejos de su sembradío a un niño deambulando y casi sin un rumbo fijo, aparentaba dirigirse hacia su sembradío y en una muy mala facha. Inmediatamente el anciano se dirigió hacia Mateo, conforme se acerca se da cuenta de que el niño realmente se encuentra en muy mal estado, con sus ropas desgarradas, cubiertas de barro, con muchos raspones y un par de heridas expuestas en un brazo y una pierna. Claramente asustado, Mateo alcanza a pronunciar su nombre y el de su madre al anciano, le pide agua y comida. El anciano lo tranquiliza, lo levanta en sus brazos y lo lleva a su casa cargándolo a como puede, con mucho esfuerzo hacia el sembradío y luego de unos  diez exhaustos minutos de caminata, finalmente llegan a una humilde choza donde le limpia a como puede y le da un refresco, sopa y pan. Al cabo de unas 3 horas el anciano y Mateo logran llegar al pueblo más cercano y en un puesto de policía finalmente concluyen que el niño perdido es Mateo Paniagua, el niño desaparecido y reportado en los noticieros nacionales durante varios días atrás. Inmediatamente reportan esto a las autoridades en la capital y solicitan una ambulancia donde Mateo es trasladado a un Hospital y finalmente se encuentra nuevamente con sus padres, su hermano y algunos familiares que no cabían en asombro y agradecimiento porque el milagro que tanto pidieron, sucedió. Y sucedió gracias a la historia que se contó Mateo durante doce días totalmente solo y vulnerable en un entorno hostil y peligroso hasta para cualquier experto en montañismo y sobrevivencia.


La historia de Mateo perdido en la montaña.


Nueve años pasaron para que Mateo dejara plasmado en uno de sus incontables diarios, su historia de 12 días en solitario a través de lo que él decidió relatarse a sí mismo como el juego del laberinto. Así fue, porque a pesar de lo aterrado que se sintió esa primera tarde y noche lluviosa del primer día perdido en la montaña, ante la frustración de estar completamente solo, con frío y hambre, decidió que tenía que aprender a sobrevivir mientras buscaba una salida del laberinto. Ese fue su propósito inmediato. Su recompensa sería salir lo más entero posible, a encontrarse nuevamente con su familia. Aunque no sabía qué ruta seguir, si esperar en algún refugio improvisado o guiarse por su instinto y necesidad de agua y alimento, decidió hacer una combinación de todo eso que al principio fueron dudas. Esa primera noche improvisó una especie de refugio con hojas secas y aprovechando lo irregular del terreno para protegerse de las últimas lluvias del día, luego de seguir pensando mucho acerca de su siguiente movida, se quedó finalmente dormido hasta que el primer ruido de la madrugada le despertó.


Primer día en el laberinto.

De uno de sus libros favoritos de aventuras, aprendió que dentro de un laberinto lo que debes hacer es simple pero inteligentemente buscar una salida. Así que se puso en marcha, al mismo tiempo para buscar alimento. Y precisamente fue la necesidad de obtener alimento lo que se propuso a sí mismo como la segunda recompensa en este juego (la primera ya la tenía clara y la había alcanzado en su primer noche perdido: obtener un refugio temporal para descansar y pasar cada noche hasta encontrar su propósito de salir del laberinto y encontrarse con su familia).

Primer recompensa refugio, segunda recompensa alimento, fin del juego? Salir del laberinto.


No fue nada fácil.

El primer alimento lo encontró hasta la tercer puesta de sol. Así iba contando sus días en el laberinto, con cada salida y puesta de sol. Debilitado y muy deshidratado observó algunas aves alimentándose de una especie de moras silvestres, así que emocionado se unió al festín aunque tuvo que tragar a duras penas la fruta ácida y amarga hasta sentirse medianamente saciado. El agua que le ayudó a seguir caminando la encontró en pequeñas charcas sobre piedras musgosas, o bien acumulada en algunas hojas que observó cómo hacían las veces de canoas a punto de caer al suelo por el peso del agua llovida.

Comió hormigas y unas larvas que encontró al descascarar la corteza de un árbol caído y seco, al parecer a ese gigante del bosque lo había derribado la descarga de un rayo durante alguna de las frecuentes tormentas de esa época lluviosa, porque si hay algo que no le faltó fue agua de lluvia. Cada día que pasaba lo iba evaluando en función del escaso alimento que lograba obtener y de soportar el frío en especial de las madrugadas lluviosas, esos dos factores los fijó en su mente como el premio para seguir avanzando por el laberinto. A eso del décimo día ya había perdido la noción de cuántos días llevaba recorriendo el laberinto, exhausto caminando muy lento porque iba en claro ascenso, de pronto un ruido lejano le exaltó su corazón de golpe, su cuerpo se llenó de adrenalina al saber que el final de su recorrido podría estar por suceder muy pronto.

A como pudo se trepó a un árbol, estaba en una especie de colina donde se visualizaba el terreno montañoso muy irregular, justo al frente y en picada hasta donde su vista le daba había un guindo de maleza y arboles casi suspendidos verticalmente, y más allá en el horizonte rodeado de neblina logró divisar a duras penas otros cerros y en uno de ellos aparecía una débil columna de humo.


Nunca en su corta vida tuvo más claridad que en ese momento, conmovido entendió que finalmente había logrado encontrar la salida de su recorrido por el laberinto.

Pero había un gran problema, para poder acercarse a aquellas colinas en el horizonte debía forzosamente cruzar ese peligroso guindo repleto de maleza, y una vez en el punto más bajo del guindo, por lo visto debería emprender nuevamente una escalada hacia las ansiadas colinas donde intermitentemente seguía visualizando una débil columna de humo.

En el momento en que salió, más decidido que nunca desde ese punto hasta su encuentro con el anciano transcurrieron casi dos días, ciertamente los más tortuosos y largos de su recorrido por el laberinto. El guindo prácticamente lo bajó rodando cuesta abajo y agarrándose como podía de ramas, golpeándose con piedras e hiriéndose con maleza espinosa. Cuando finalmente llegó a la parte más baja, se dio cuenta de que dentro de todos sus golpes y raspones, tenía dos heridas abiertas y sangrantes en su brazo izquierdo y en su pierna derecha. Buscó agua de un pequeño riachuelo y al mismo tiempo sació su sed. Se empezó a sentir mareado y no le quedó de otra que recostarse en la maleza, estaba profundamente agotado y sin darse cuenta se quedó dormido hasta que al cabo de un tiempo que no pudo determinar cuánto, sólo se dio cuenta que estaba a punto de oscurecer. Haciendo un esfuerzo más allá de su paupérrima condición, se levantó y arrastrando su pierna herida emprendió en escalada hacia su siguiente meta, superar el guindo y alcanzar los cerros donde había divisado la columna de humo. Escaló arrastrando su pierna herida por toda la noche, tuvo suerte porque la luna llena le brindó escasa pero valiosa luz para seguir avanzando lenta pero decididamente, al menos hasta que su cuerpo molido del cansancio, ya no le respondió más y tuvo que refugiarse en las raices de un árbol. En la madrugada una ligera lluvia le despertó, sentía que ya no podía más, su cuerpo lo sentía destrozado y su ánimo empezó a flaquear como nunca desde que inició esta dura prueba en solitario. Pero algo en su interior le decía que debía seguir, aunque fuese un paso a la vez, pero debía seguir. Se propuso metas cortas, arrastrándose trechos cortos hasta alcanzar unos cuantos árboles adelante. Y vio que lo estaba logrando, así que continuó alcanzando muy lenta y dolorosamente trechos de tres a cuatro árboles adelante hasta que cambió la inclinación del terreno. !Lo logró!

Finalmente salió del guindo y, aunque con muchísimo dolor, alcanzó a ponerse en pie y caminar por el resto de un día soleado hasta que finalmente en su torpe deambular se cruzó con un anciano, la primera persona que vio después de casi dos semanas completamente solo y perdido en la montaña. Ese anciano fue quien lo terminó de sacar de las entrañas de lo que él prefirió ver como un laberinto. La prueba más dura y que jamás imaginó tendría que sufrir, pero finalmente superarla gracias a que su determinación por un propósito, se hizo aliada de su imaginación para contarse una historia a sí mismo que fue siempre más grande que su realidad de doce días en constante peligro e incertidumbre.


Después de tres meses de recuperación, un mes en el hospital y los otros dos meses en casa, cuidando y sanando de sus heridas y con una dieta que le estabilizara su salud tras una anemia severa, Mateo y sus padres eran solicitados por la prensa para entrevistas en televisión nacional, ya que todo el país quería conocer su increíble historia de sobrevivencia. Inclusive una Universidad quería tomar la historia de Mateo como un caso de estudio ya que tantos días perdido en la montaña y con una condición de autismo hacían muy complejo el entendimiento de cómo sobrevivió. Pero sobre todo cómo salió de la montaña por sus propios medios, recorriendo 22 kilómetros en 12 días, esta distancia medida de forma rectilínea desde su punto de partida hasta el punto donde lo encontró el anciano (se estima que Mateo pudo en efecto haber recorrido entre 30 y 36 kilómetros sabiendo que es imposible recorrer la montaña en forma rectilínea).



Es curioso porque el caso de Mateo vino a poner sobre la mesa un renombrado estudio científico llamado “los niños orquídea y los niños diente de león”.

El Dr. Thomas Boyce, profesor emérito de pediatría y psiquiatría de la Universidad de California en San Francisco, ha tratado a niños que parecen ser completamente imperturbables por su entorno, así como a aquellos que son extremadamente sensibles a su entorno.  Con los años, comenzó a comparar estos dos tipos de niños con dos flores muy diferentes: diente de león y orquídea. Por si no lo sabes,

en la naturaleza estas flores son muy distintas una de la otra: la diente de león es un tipo de maleza que crece en cualquier ambiente, es tan común como resistente. Por otra parte, la orquídea es una flor muy bella y delicada que solo prospera en un ambiente controlado y de mucha atención.

En términos generales, dice Boyce, quien también pasó casi 40 años estudiando la respuesta humana al estrés, especialmente en los niños, la mayoría de los niños tienden a ser como dientes de león, bastante resistentes y capaces de lidiar con el estrés y la adversidad en sus vidas.  Pero una minoría de niños, a los que él llama "niños orquídea", son más sensibles y biológicamente reactivos a sus circunstancias, lo que les dificulta lidiar con situaciones estresantes.

Al igual que la flor, dice Boyce, "el niño orquídea es el niño que muestra una gran sensibilidad y susceptibilidad tanto a los malos como a los buenos entornos en los que se encuentra". Pero más allá de la fragilidad de un niño con una condición de autismo, lo que Boyce también descubrió es que, dadas las condiciones adecuadas de apoyo y crianza, los niños orquídeas pueden prosperar, especialmente, dice Boyce, si tienen la comodidad de una rutina regular. Y este al parecer es justo el caso de los padres de Mateo, quienes se enfocaron con una atención del tipo rayo láser a promover el talento natural de su hijo autista hacia las letras. Hicieron de Mateo un niño superdotado a pesar de su condición y esa etiqueta de niño orquídea, que provocaron en el niño capacidades de resistencia y autocontrol inimaginables ante un suceso tan hostil que no cualquiera es capaz de enfrentarlo y salir vivo de este.

Gracias a ese talento súper desarrollado de leer, escribir y contarse historias Mateo logró superar ese gigantesco e imaginario laberinto en una montaña muy real.


Cuál es tu laberinto?

Estás pasando por alguna situación tipo “laberinto gigante”, así como el que le tocó enfrentar a Mateo?

Lo más importante es, cuál es la historia que te estás contando a ti mismo para salir del laberinto? Es una historia relevante? Es decir, cuando estás en medio de esa calamidad que tanto de agobia (tú le pones el nombre que corresponda, yo le pondré laberinto), y la enfrentas contra ese aspecto esencial que te mueve en la vida hacia un propósito relevante, qué termina siendo más grande? La calamidad en forma de laberinto? O la historia que te cuentas como reflejo de ese aspecto esencial que te inspira día a día?


Espero que historias como las de Frankl y Mateo te hayan encendido la chispa de inspiración que te ayude a evaluar tus pensamientos y actitudes hacia eso que enfrentas cada día, así como la forma en que vibras hacia todo lo que te rodea. Y que tus historias también inspiren a otros a enfrentar su laberinto.


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